Non dirlo a nessuno
Stefano y Vincenzo eran inseparables. Cuando escuchabas el nombre de uno, sabías y dabas por hecho que el sonido del nombre del otro venía a continuación. Su amistad nació en el equipo de voleibol de la Escuela Internacional de Florencia, donde Stefano, cinco años atrás, fue acogido calurosamente por el que se convertiría en su mejor amigo y hermano del alma. Desde aquel primer encuentro en la cancha, forjaron un vínculo inquebrantable que trascendió el ser simples compañeros de equipo. Naturalmente, a lo largo de los años, compartieron todo tipo de experiencias: asistieron a conciertos de rock coreando, a todo pulmón, las letras que más les emocionaban; también, como una tradición, solían acompañar los principales festivales de la ciudad, abrazados, bebiendo vino de la misma botella.
—¿Listo para otra ronda, Stef? —solía preguntar Vincenzo con una amplia sonrisa, pasándole la botella.
—Accetto volentieri. Pero, ¿me estás tratando de emborrachar? —respondía Stefano con un guiño travieso.
Eran los mejores amigos. No cabía duda. Y a pesar de sus marcadas diferencias, ambos se entendían a la perfección y se complementaban. Vincenzo, por su parte, destacaba por su porte atlético y altura, con una tez clara y cabello lacio y dorado, como una puesta del sol en la Toscana. Su personalidad extrovertida, encantadora y confiada era magnética y atraía miradas a su paso. En contraste, Stefano era más delgado y de complexión más modesta, con piel aceitunada, cabello rizado castaño y unos cautivadores ojos verdes como el follaje de una viña en verano. Reservado y cauteloso, pero tierno y simpático una vez las personas se ganaban su confianza.
En los pasillos de la escuela, Stefano había escuchado más de un susurro de algunas muchachas comentando sobre su aspecto y el de Vincenzo.
—Stefano es tan lindo, con esos ojos verdes —decía una en tono soñador.
—Pero Vincenzo... ¡ese cuerpazo! Es el más candente, sin duda —respondía otra con risitas cómplices.
Sin embargo, Stefano estaba convencido de que, en una hipotética competencia por el más atractivo, Vincenzo sería el único vencedor. Vencedor. Curiosamente, ese era el significado de su nombre, y vaya que le hacía justicia. Su reputación como estrella del equipo de voleibol le precedía, ganándose el sobrenombre de l'Impalatore, «el empalador». O, por el contrario, Stefano sospechaba que aquello no solo se debía a sus hazañas deportivas, sino también a sus habilidades para liarse con las chicas más codiciadas. Él mismo había sido testigo de cómo las jóvenes, e incluso algunos muchachos, discutían ávidamente sobre la hombría y atractivo sexual de Vincenzo cada vez que lo veían pasearse en diminutos shorts por toda la escuela.
—Si tiene las piernas así de gruesas, no quiero ni imaginarme cómo estará el resto —suspiraba una chica, mientras Vincenzo pasaba al lado sonriendo con suficiencia.
—¿Celoso, Stef? —solía bromear Vincenzo al ver la expresión de su amigo que oscilaba entre divertida y resignada. Stefano solo negaba con la cabeza. Lejos de estar celoso, sentía admiración por la seguridad y magnetismo de su mejor amigo.
Toda aquella disertación sobre quién era el más atractivo vino a la mente de Stefano por una sola razón: él estaba viendo a Vincenzo como muchos solo podían atreverse a imaginar: completamente desnudo. Ahora mismo, él estaba viendo a Vincenzo completamente desnudo mientras ambos se duchaban en la escuela. Luego de una tarde de arduo entrenamiento y, como era costumbre, ambos se dirigieron a las duchas. Entre bromas y correteos típicos de adolescentes cachondos dándose de latigazos en el trasero con las toallas, finalmente se metieron bajo el chorro de agua caliente.
Stefano siempre se había sentido intrigado por esa supuesta camaradería masculina, con sus jugueteos y chanzas que parecían socialmente aceptables para expresar atracción sexual entre hombres, sin que aquello se considere incómodo. Incluso en los deportes vistos como los más masculinos, a menudo es donde se observa una mayor expresión de homoerotismo. Normal. Aquello era considerado como normal, al menos hasta que alguien se excitara visiblemente frente a los demás. ¿Qué podía ser más bochornoso para un adolescente que experimentar una erección mientras expone frente a toda la clase? Pues tener una erección estando completamente desnudo frente a tus compañeros de equipo. No había forma de disimularlo. «Relájate. Respira», se repetía Stefano cada vez que sentía un espasmo traicionero en su virilidad, anticipando una erección inminente. Por fortuna, él y Vincenzo eran mejores amigos, por lo que esa confianza les daba cierta libertad de permitirse tener una erección frente al otro, sin demasiada vergüenza. Aquello era normal. Después de todo, ambos eran muchachos y era natural que de vez en cuando la hombría se pusiera dura de manera esporádica, incluso sin recibir estímulos obvios.
En el fondo, Stefano sentía curiosidad por escudriñar el cuerpo desnudo de su apuesto amigo cada vez que tenía la oportunidad. Admiraba su musculatura definida, esos abdominales que no eran ni tan marcados ni tan planos, y esos pectorales que rebotaban como tambores de guerra al jugar voleibol. Tocarlos. Stefano deseó poder tocarlos, acariciar esa piel tersa y bronceada...sacudió la cabeza, regañándose mentalmente por esos pensamientos inapropiados hacia su mejor amigo. Pero, ¿quién podía culparlo? Era muy atractivo de ver. Como el David de Miguel Ángel, que se alza majestuoso en la Galería de la Academia en Florencia, él poseía una belleza que parecía esculpida por los mismos dioses. Su presencia era tan imponente como la del héroe bíblico, con una mirada que reflejaba determinación y una forma física que evocaba la perfección del mármol. Cada gesto suyo, cada sonrisa, parecía tallada con la misma precisión y cuidado que el gran artista del Renacimiento había impreso en su obra maestra.
—¿Deseas tomar una foto, Stef? Te durará más —la voz grave de Vincenzo lo sacó de sus pensamientos—. Tengo una Polaroid entre mis cosas —continuó, mofándose de Stefano con una sonrisa pícara. Su amigo lo miraba con una ceja arqueada y una sonrisa ladeada, muy consciente del efecto que causaba. Stefano sintió cómo el rubor se intensificaba en sus mejillas ante la insinuante broma de su amigo. Por un brevísimo instante, la idea de tener una fotografía de Vincenzo, completamente desnudo, con la cual excitarse por las noches le pareció tentadora, enviando una nueva oleada de calor hacia su virilidad. Rápidamente desechó ese pensamiento, carraspeando mientras negaba con la cabeza y desviaba la mirada para ocultar la erección que arqueaba su hombría y la hacía palpitar.—. Oye, es perfectamente normal. Entre amigos no hay de qué avergonzarse —aseguró Vincenzo, con un tono comprensivo.
—No te miraba a ti, deficiente —le respondió, disimulando con una sonrisa—. Me perdí en mis pensamientos. Eso es todo.
—¿Y en qué pensabas que te pusiste así, travieso? —Los ojos de Vincenzo brillaban con diversión
—Pensaba en que deberíamos ir a la fiesta de Sant’Oronzo en Lecce, este fin de semana para celebrar mi cumpleaños —propuso Stefano, cambiando de tema—. Con tanta gente y música, sería divertido. Una gran manera de comenzar a festejar mis dieciocho.
—Che bello! Esa es una idea fantástica, socio —exclamó Vincenzo, con una sonrisa estallando en su semblante bronceado. Su emoción fue tal que Stefano le vio correr hasta la ducha donde él se encontraba, con su miembro bamboleando como el badajo de las campanas de Giotto llamando a misa. Vincenzo tenía la costumbre de ser demasiado táctil a la hora de demostrar sus emociones, por lo cual Stefano previó el abrazo húmedo y tibio que se aproximaba. Y así fue. Vincenzo lo envolvió con su cuerpo fuerte y fornido, sujetándolo por los hombros seguidamente—. Ti amo. Muac —Le plantó un beso en los labios, terminando con una onomatopeya.
Stefano se quedó paralizado, sintiendo un bochorno expandirse en todo su rostro. El corazón le latía desbocado en el pecho. Durante esos pocos segundos en los que sus cuerpos desnudos se apretaron, estaba seguro de que Vincenzo había sentido la rigidez de su miembro erecto.
—Este fin de semana, te daré el mejor regalo de tu vida, Stefano. Vas a volverte un hombre. Mi hai sentito? —le dijo Vincenzo, sacudiéndolo de alegría y con destellos de orgullo en sus ojos.
Stefano tragó saliva mientras veía el apretado y redondo trasero de su amigo alejarse mientras caminaba de regreso hasta la otra ducha. ¿Acaso Vincenzo estaba insinuando lo que él creía? ¿A qué se refería exactamente con que iba a volverse un hombre? La mente de Stefano no paraba de dar vueltas alrededor de esas palabras, imaginando posibles escenarios. ¿Qué podía esperar? De Vincenzo se podía esperar cualquier cosa. Una parte de él se resistía a crear expectativas, pero la otra no podía evitar que su corazón latiese con fuerza ante la idea de que Vincenzo tuviera algo planeado para ese fin de semana.
Sacudió la cabeza, decidiendo no seguir atormentándose y continuar con su ducha con normalidad. Vincenzo ya había terminado de ducharse y se dirigió a los vestidores.
—Esco, tesoro. Te espero afuera —anunció al pasar junto a Stefano, dándole una firme nalgada.
Stefano respingó, sintiendo un escalofrío recorrerlo de la cabeza a los pies. La piel le ardía en esa zona donde la mano de Vincenzo había impactado con fuerza. ¿Lo había hecho a propósito o solo era un jugueteo amistoso? Miró desconcertado la amplia sonrisa de su amigo mientras se alejaba, con un millón de ideas cruzando su mente nuevamente. Aquello le puso todavía más cachondo.
En aquel momento, una idea se le cruzó a Stefano por la cabeza. Una idea muy mala—o quizás muy, muy buena. Una idea prohibida. No había nadie más en las duchas, por lo que se encontró a solas con sus pensamientos más íntimos. Con su miembro completamente rígido, cerró los ojos e inevitablemente la imagen de Vincenzo abrazándolo desnudo volvió a su mente, avivando la excitación de su cuerpo. Envolvió su falo con una mano, y con movimientos repetidos hacia adelante y hacia atrás, se estimuló hasta que sintió un cosquilleo y una sensación cálida entre las piernas, lo cual terminó en una masiva explosión que pareció el mismísimo Etna haciendo erupción. Alivio. Eso fue lo que Stefano experimentó al dejar ir toda aquella tensión. Sin embargo, la sensación no duró mucho, pues la claridad mental vino de inmediato, trayéndole una oleada de dudas existenciales. ¿Qué es lo que acababa de hacer? Y, ¿por qué lo había hecho pensando en su mejor amigo? Vincenzo siempre había despertado su curiosidad, pero era la primera vez que Stefano cruzaba esa línea. Era absurdo. Se reprendió mentalmente, pues uno no hacía ese tipo de cosas pensando en su mejor amigo varón a menos que uno fuera... ¡No! Ni pensarlo. Él no era así. Aquello había sido un simple desliz, una confusión pasajera causada por sus malditas hormonas que estaban a flor de piel. Él no podía ser de esa forma. Él era perfectamente normal y ciento por ciento heterosexual, igual que su mejor amigo.
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Finalmente llegó el 28 de abril de 1984. Tras una larga semana de exámenes y duro entrenamiento, el tan anticipado sábado había llegado. Los números rojos del reloj con radio marcaban las 5:33 pm. Ya iba siendo hora de salir.
Stefano se había esmerado mucho en vestirse para la ocasión, eligiendo un atuendo que reflejara la rudeza y rebeldía de un espíritu adolescente. Una camiseta de tirantes verde militar, ajustada sobre su torso tonificado. Unos vaqueros de talle alto color verde oscuro que resaltaban sus largas piernas. Una chaqueta de cuero negra que le daba un toque rudo, complementada con unas pulseras del mismo material en las muñecas. Y para rematar, un collar con un colgante de placa militar. E questo è quanto!
Estaba listo, al menos en apariencia, para una noche inolvidable junto a su mejor amigo Vincenzo. O, ¿lo estaba? Sintió punzadas en su estómago al anticipar lo que sucedería esa noche. Se preguntó si realmente estaba preparado para dar ese importante paso en su vida. ¿Entregar su cuerpo de forma tan vulnerable e íntima a otra persona? ¿Quedar atado de esa manera, por siempre, a otro ser humano?
Respiró lento y profundo, tratando de disipar esos pensamientos atemorizantes. Esta era su oportunidad para descubrir quién era realmente, para explorar un lado de sí mismo que apenas comenzaba a vislumbrar. Tomó una respiración profunda y salió de su habitación, con el corazón casi saliéndosele del pecho.